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Hermanos y rivales

Uno de los deseos imposibles con los que debemos lidiar todos los seres humanos es el de tener la exclusividad en el amor de nuestros padres. Esto es especialmente cierto durante los primeros años de vida, cuando ellos son todo para nosotros.

Los hermanos solo son bienvenidos cuando ya hemos alcanzado cierta madurez. Cuando ya vamos a la escuela y hemos dado los primeros pasos en nuestro camino hacia la independencia.

“Hemos aprendido a volar como los pájaros, a nadar como los peces; pero no hemos aprendido el sencillo arte de vivir como hermanos.”
-Martin Luther King-
Antes de esto, un nuevo hermano es percibido como el intruso que ha llegado a quitarnos todo eso que era solamente nuestro. Lo peor es que muchos padres no lo entienden y terminan atizando el fuego de rencores que pueden permanecer toda la vida.

Los hermanos, esos intrusos…

Jacques Lacan habla de esos celos, a veces atroces, que pueden darse entre hermanos. En su obra “La familia” alude a una cita de Las Confesiones, en donde San Agustín comenta una interesante observación:

“En una ocasión vi con mis propios ojos y observé a un pequeñuelo presa de los celos. Todavía no sabía hablar y contemplaba, todo pálido y con una mirada envenenada, a un hermano suyo deseando tomar la leche que éste mamaba del pecho de su madre.”

La escena describe bien esa confrontación primitiva que experimenta el niño, al ver cómo su hermano goza de la leche de su madre, que a él ya le ha sido negada. Pero no es solo la leche lo que se le niega a un niño cuando llega un nuevo hermano. También se le priva de la atención que antes era solo para él, por ser el único, o el menor entre varios. Su lugar en el mundo cambia y nadie le consultó si quería o no que eso ocurriera.

No es gratuito que en La Biblia se haya consignado que el primer crimen de la humanidad se dio entre hermanos. El motivo: los celos, la envidia. La Biblia nunca dice que Caín fuera malo. Todo lo contrario, labraba la tierra y le brindaba ofrendas a Dios. Pero el gran padre celestial prefería a Abel, el pastor. Eso encendió una ira que solo encontró salida en el fratricidio.

Y es que a veces los padres son los encargados de enconar esa herida, que bien podría sanar por sí sola con mínimos cuidados. Los padres que comparan a sus hijos entre sí, los que utilizan a un hijo obediente como herramienta para manipular al no tan obediente… Los que nutren una competencia insana entre los hermanos, dan origen a un drama interno que a veces es imposible superar.

Esos amados rivales

¿Por qué algunas personas logran transitar de esos celos iniciales por los hermanos hacia un amor fraternal sano, mientras que otros se enquistan para siempre en un rencor sin salida? Lo natural es que aparezca la rivalidad entre los hermanos y, como suele suceder, lo importante es la forma como se le da salida a ese conflicto.

Es usual que los padres que tuvieron grandes dificultades para llevar una buena relación con sus hermanos, alimenten el fuego de la rivalidad entre sus hijos. Son los padres a los que aludíamos antes: los que crean ganadores y perdedores en el seno de la propia familia.

Pero también el factor edad cuenta mucho. Cuando el hermanito llega antes de que un niño pueda hablar y expresar su inconformidad, por lo general la rivalidad adquiere tintes de auténtica tragedia.

Si el conflicto no puede verbalizar, lo más seguro es que se convierta en una queja eterna que se transforma en una profunda insatisfacción e intolerancia que no logran definir su causa. El niño se siente presa de una profunda injusticia, pero no tiene elementos para definirla como tal.

Lo más probable es que todo esto se traduzca en una gran dificultad para relacionarse con los pares. Agresividad constante, “pataletas” sin fin, mal desempeño escolar y todas esas señales que dan a entender que el niño sufre. Pero cuando los padres son lo suficientemente sanos como para entender el conflicto al que se ve expuesto el niño, la resolución puede ser muy diferente.

Poco a poco, el pequeño deja de ver a su hermanito como un rival y empieza a incorporarlo en su mundo como un compañero de juego. Si hay suficiente diferencia de edad entre los dos, jugará a ser su protector, su guía. Si son muy cercanos en edad y cuentan con la complicidad amorosa de los padres, el hermanito va a lograr ser visto como un “partner” en el camino de la vida.



Los hermanos son un regalo que enriquece la vida. Nos aportan una innumerable lista de recursos para desempeñarnos mejor en el mundo, para renunciar al deseo imposible de la exclusividad en el amor de alguien. Cuando no logramos dar ese paso y los percibimos como eternos rivales, la historia es otra. Incrementan nuestra inseguridad y una cierta actitud de ir por la vida compitiendo y deseando anular al diferente.

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